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Durante la exuberante primavera de 2010 en la Universidad de Wisconsin–Madison, miles de recién graduados se dirigían al estrado a recibir sus diplomas y dejaban las instalaciones de la universidad para comenzar una nueva etapa en sus vidas. En otro lugar del campus, ese mismo fin de semana de mayo, lejos de la pompa y la celebración, un macaco Rhesus llamado Cornelius nacía en un inhóspito laboratorio en el Centro Nacional de Investigación de Primates de Wisconsin (Wisconsin National Primate Research Center WNPRC). Está atrapado allí desde entonces.
La década de vida de Cornelius ha estado definida por la soledad y el sufrimiento. Como la mayoría de los monos nacidos en laboratorios, fue apartado de su madre cuando era un bebé, ya que su madre estaba tan angustiada que ni siquiera podía cuidarlo. Siendo un recién nacido, le dieron solo un sustituto inanimado, tal vez un trozo de felpa envuelto alrededor de un bloque de madera, al cual aferrarse y con el qu encontrar consuelo.
De bebé, sufrió un sarpullido que cubrió su cuerpo y extremidades. De joven, fue afectado por una diarrea persistente, una señal de estrés en monos en laboratorios. Le ha costado mantener el peso, y los experimentadores han observado áreas sin pelo en todo su cuerpo, probablemente por habérselo arrancado él mismo.
Tomado prestado y pasado de mano en mano como un libro de biblioteca entre varios experimentadores, incluyendo el infame Ned Kalin, Cornelius ha padecido una letanía de agresiones. Ha sido sometido a reiteradas extracciones de sangre y se le ha suministrado anestesia numerosas veces, una experiencia aterradora y desorientadora para cualquier animal.
En numerosas ocasiones entre 2019 y 2020, los experimentadores ataban a Cornelius a una silla de inmovilización y le aplicaban dolorosas descargas eléctricas en el pene hasta que eyaculaba, para que su semen pudiera usarse para criar más monos destinados a una vida de miseria.
Si bien en la naturaleza los muy sociales macacos Rhesus, viven en tropas de hasta 200 individuos, Cornelius ha pasado los últimos seis años de su vida en el WNPRC, enjaulado generalmente solo. El investigador encubierto de PETA observó que el mono constantemente se sentaba encorvado o con su rostro presionado contra las rejas de la jaula, aparentemente habiendo perdido las ganas de vivir.
Cornelius no tuvo ni un minuto de vida propia, y no debe pasar ni un minuto más en un laboratorio inhóspito.
Actúa ahora para instar a UW-Madison a liberarlo en un santuario de buena reputación donde pueda vivir el resto de sus días sin padecer soledad, pavor y desesperanza.