Le pedimos que condene las crueles e inhumanas corridas de toros, y que le ponga fin al apoyo de la Iglesia católica. Al hacerlo, honraría el legado del papa Francisco, quien, con más tiempo, seguramente habría dado este paso lleno de compasión. Las creaciones de Dios no deberían sufrir durante horas ni ser apuñaladas hasta la muerte en nombre de santos católicos o durante celebraciones religiosas, y ningún miembro del clero debería respaldar la tortura de animales.
Como declaró el papa Francisco en la Laudato Si': “Cada acto de crueldad hacia cualquier criatura es ‘contrario a la dignidad humana’”. Sin embargo, los vínculos de la Iglesia católica con la industria de la tauromaquia se burlan de las enseñanzas de Cristo sobre la bondad y la compasión.
La tauromaquia es una ejecución ritualizada, en la que se hostiga y apuñala al toro una y otra vez hasta dejarlo débil y sin defensa. Luego, el matador clava una espada en el corazón o en los pulmones del animal. A veces hacen falta varios intentos para matar al toro, y si el matador falla, le cortan la médula espinal con una daga. Suelen cortarle las orejas o la cola y las guardan como “trofeos”.
Santo Padre, antes de que más animales sean torturados de esta manera, por favor comunique a los miembros del clero y a los más de 1.4 mil millones de católicos en todo el mundo que la tauromaquia es contraria a los valores de la fe católica romana y que cualquier asociación con este espectáculo grotescamente cruel debe detenerse de inmediato en nombre de Dios.